Contexto
En cuanto acaba el curso escolar en el mes de junio, como a la vuelta de las vacaciones en septiembre, es habitual encontrarnos con altas temperaturas. Por un lado, es frecuente ver en la televisión aparecer unos padres que se quejan del trauma que supone para los niños finalizar o comenzar el curso escolar de esa forma. Por otra parte, el sobrecalentamiento que padecemos año tras año, ha derivado en una situación en la que la climatización de las aulas es acuciante y de sentido común.
Un día llega la noticia en la que se enfrentaban un juez de menores contra los psicólogos. La razón era de si los padres pueden espiar los móviles de los hijos puesto que invaden la intimidad del menor. Todos los padres quieren asegurarse de que sus hijos no comentan actos que puedan dañarlos a largo plazo.
Los padres sienten la presión por la responsabilidad que conlleva la visión paternalista de lo que se considera su papel en la crianza de los hijos. Siempre les han trasmitido la necesidad de desempeñar el papel de cuidador, protector y mantenedor de la familia pero, sin olvidar que el camino está lleno de luces y sombras que supone la crianza.
Tengamos una medida justa para cada situación. No sobrevaloremos estas bagatelas en una escala del 1 al 10 porque si te preguntara, por ejemplo, ¿Qué valor merece la pérdida de un hijo?, admitirías que esta realidad, y otras similares, dejan muy atrás las otras posiciones.
Padres que prefieren ser amigos
Vivir con el miedo de que tus hijos van a contraer un trauma como quien pilla un resfriado es no confiar en ellos, no dejarlos vivir su vida. Se trata de ganar su confianza, de comunicarse con ellos. Darse cuenta de que empiezan a volar solos. Los niños y adolescentes se adaptan al entorno si les dejamos que ellos mismo se superen. Si les cambiamos el camino, se crea una dependencia que puede convertirse en un verdadero trauma.
No necesitan tanto tu ayuda pero eso no significa que tampoco la rechacen. Siempre estás ahí, desde el fondo de tu corazón, poseedor de experiencias, según el entorno en el que has vivido. Anímale en su esfuerzo y reconoce sus logros cada vez que logre algo y que haga algo bien, pero sin exagerar. Hazle saber que puede haber diferencias pero eso no quiere decir que no pueda contar contigo, que no estés orgulloso o que no le amas.
Les invito a que piensen y actúen con resolución, que se aclaren y se comprometan a tomar acciones concretas. Finalmente, aplicar soluciones a pesar de las dificultades con las que se van a encontrar.